Tras sentaros la noticia en si :D
El Códice Calixtino y la última obsesión del electricista de la Catedral de Santiago
El Códice Calixtino permaneció escondido durante casi un año en una
caja de cartón, dentro de una bolsa de basura, en el garaje propiedad
del electricista que lo robó de una cámara de seguridad de la Catedral
de Santiago. Esto es lo único que con certeza afirman los investigadores
hasta el momento. Tanto el fiscal del caso, Antonio Roma, como el juez
instructor, José Antonio Vázquez Taín, saben que todavía quedan muchas
incógnitas que despejar en un caso "mucho más complicado" de lo que
pudiera pensarse y con muchas ramificaciones que puede implicar a más
personas.
Y es que la falta del Códice desde el día 5 de julio de 2011 fue la excusa para confirmar que desde hace 10 años se viene expoliando el patrimonio artístico y religioso de la catedral compostelana. Sólo se da un nombre como el de autor material y la tarea de la policía y de la Justicia es tirar del hilo para saber si hay más personas implicadas, además de su mujer y su hijo, para localizar los bienes que faltan.
Un año después se puso un punto y seguido a una historia que ha traído de cabeza a los cuerpos de seguridad, a la administración y a los jueces y fiscales. Todo comenzó por un descuido. Un estudiante americano ojeaba el Códice bajo la supervisión de un empleado del templo... Una llamada provoca que abandonen la sala del Archivo Histórico y dejen al Códice protegido por la cerradura de una sola puerta. El ladrón, empleado de confianza, observa la escena y prepara el asalto con la copia de la llave que guardaba en su casa. Sin levantar sospecha coge el Códice y se lo lleva.
La Policía y el canónigo archivero. | El Mundo
Dos días más tarde el cabildo catedralicio hace público que no se
localiza el Libro y comienza una operación policial para dar con el
autor de la fechoría. Se establecen controles policiales, se vigilan las
fronteras y se multiplican las comparecencias para tratar de construir
una explicación lógica. Pero las hipótesis no conducen a una solución
inmediata y el paso del tiempo demuestra que la única conspiración verdadera fue la de un electricista autónomo que trabajó durante 25 años en el templo y que tenía como afición apropiarse de lo ajeno.
A lo largo de diez años, el electricista fue seleccionando objetos que se llevaba a su casa para luego venderlos. Además, las primeras declaraciones del ladrón confeso certifican que tenía acceso a todos los rincones del templo, incluso conocía las claves secretas de las cajas fuertes...
Abiertas todas las puertas y reconocido el espacio la tarea de Manuel resultó fácil. Fue apropiándose de monedas, ornamentos litúrgicos, libros, facsímiles, la recaudación del cepillo y las limosnas de los fieles... En diez años acumuló una pequeña fortuna que le posibilitó comprar pisos en la costa gallega y guardar una importante cantidad de dinero en efectivo, más de un millón de euros. Nada trascendía hasta que dio el gran golpe: el robo del Códice Calixtino.
Mientras robaba cultivaba con esmero la relación con el deán. El cura se fiaba de él y la confianza provocaba que los dos compartiesen confidencias y reproches. De hecho, son varios los testigos que presenciaron como el electricista vociferaba al deán ante la puerta del Archivo Histórico donde estaba el Códice. Quería que le pagase unas facturas de 60.000 euros y el deán se negaba... A pesar del desencuentro no dejaba de asistir a misa a las siete y media de la mañana y pasearse por las dependencias de la 'Casa' libremente.
El archivero de la Catedral, Segundo Pérez, siempre reparó en esta afición: "Lo veía todos los días, siempre a la misma hora y con la misma actitud desconfiada y recelosa". Además, se fijaba, como muchos de los otros testigos, en la caja de herramientas vacía que llevaba, las bolsas de plástico y la obsesión por recoger papeles y folletos de toda naturaleza.
Los escondites elegidos para guardar lo que no le pertenecía eran varios. No obstante, tenía preferencia por un garaje situado en la parroquia de O Milladoiro, en el ayuntamiento de Ames, que convirtió en un depósito de basuras y en la nueva cámara del Códice.
Cuando se ha descubierto su intención y se han detectado sus obsesiones muchas de las piezas de la comedia trágica empiezan a encajar. Sus vecinas, Ana, Mónica confesaron a ELMUNDO.es que "ahora entendemos sus costumbres, el porqué de las bolsas de plástico y el cálculo para que nada pareciese anormal en su vida".
El descubrimiento del Códice supuso una alegría para todos y el final de la historia de Manuel, de su mujer y de su hijo. Ya están en prisión los presuntos culpables y la trama para seguir robando se ha acabado. Y en la historia del expolio, que los canónigos definen como el guión de una comedia de situación, todavía quedan elementos más serios por averiguar como las complicidades que existían dentro del templo, determinar el número de objetos robados y tipificar los posibles delitos que haya podido cometer. Al final, y como en todo, es cuestión de tiempo porque el crimen nunca es perfecto.
Via elmundo.es
Y es que la falta del Códice desde el día 5 de julio de 2011 fue la excusa para confirmar que desde hace 10 años se viene expoliando el patrimonio artístico y religioso de la catedral compostelana. Sólo se da un nombre como el de autor material y la tarea de la policía y de la Justicia es tirar del hilo para saber si hay más personas implicadas, además de su mujer y su hijo, para localizar los bienes que faltan.
Un año después se puso un punto y seguido a una historia que ha traído de cabeza a los cuerpos de seguridad, a la administración y a los jueces y fiscales. Todo comenzó por un descuido. Un estudiante americano ojeaba el Códice bajo la supervisión de un empleado del templo... Una llamada provoca que abandonen la sala del Archivo Histórico y dejen al Códice protegido por la cerradura de una sola puerta. El ladrón, empleado de confianza, observa la escena y prepara el asalto con la copia de la llave que guardaba en su casa. Sin levantar sospecha coge el Códice y se lo lleva.

Acceso a todos los rincones
Manuel Fernández Castiñeiras había preparado previamente el terreno. Cultivó una relación de amistad con el deán de la Catedral, José María Díaz. Su estrecha relación propició que consiguiese las llaves de todas las estancias... y desde ahí al expolio había que dar pocos pasos.A lo largo de diez años, el electricista fue seleccionando objetos que se llevaba a su casa para luego venderlos. Además, las primeras declaraciones del ladrón confeso certifican que tenía acceso a todos los rincones del templo, incluso conocía las claves secretas de las cajas fuertes...
Abiertas todas las puertas y reconocido el espacio la tarea de Manuel resultó fácil. Fue apropiándose de monedas, ornamentos litúrgicos, libros, facsímiles, la recaudación del cepillo y las limosnas de los fieles... En diez años acumuló una pequeña fortuna que le posibilitó comprar pisos en la costa gallega y guardar una importante cantidad de dinero en efectivo, más de un millón de euros. Nada trascendía hasta que dio el gran golpe: el robo del Códice Calixtino.
Mientras robaba cultivaba con esmero la relación con el deán. El cura se fiaba de él y la confianza provocaba que los dos compartiesen confidencias y reproches. De hecho, son varios los testigos que presenciaron como el electricista vociferaba al deán ante la puerta del Archivo Histórico donde estaba el Códice. Quería que le pagase unas facturas de 60.000 euros y el deán se negaba... A pesar del desencuentro no dejaba de asistir a misa a las siete y media de la mañana y pasearse por las dependencias de la 'Casa' libremente.
El archivero de la Catedral, Segundo Pérez, siempre reparó en esta afición: "Lo veía todos los días, siempre a la misma hora y con la misma actitud desconfiada y recelosa". Además, se fijaba, como muchos de los otros testigos, en la caja de herramientas vacía que llevaba, las bolsas de plástico y la obsesión por recoger papeles y folletos de toda naturaleza.
Los escondites elegidos para guardar lo que no le pertenecía eran varios. No obstante, tenía preferencia por un garaje situado en la parroquia de O Milladoiro, en el ayuntamiento de Ames, que convirtió en un depósito de basuras y en la nueva cámara del Códice.
Las bolsas de plástico
En este refugio, en el que no había espacio para coches, sí que lo había para papeles, bandejas de plata y para la primera publicación sobre la ruta jacobea. Las joyas patrimoniales compartían espacio con papeles, enchufes y bombillas. Manuel, sistemático y con afán, acudía todos los días para comprobar que todo estaba en orden. La última vez que volvió el Códice ya no estaba en la caja de cartón y el garaje estaba desordenado. Nada volverá a ser como antes y Manuel lo sabe por eso confesó.Cuando se ha descubierto su intención y se han detectado sus obsesiones muchas de las piezas de la comedia trágica empiezan a encajar. Sus vecinas, Ana, Mónica confesaron a ELMUNDO.es que "ahora entendemos sus costumbres, el porqué de las bolsas de plástico y el cálculo para que nada pareciese anormal en su vida".
El descubrimiento del Códice supuso una alegría para todos y el final de la historia de Manuel, de su mujer y de su hijo. Ya están en prisión los presuntos culpables y la trama para seguir robando se ha acabado. Y en la historia del expolio, que los canónigos definen como el guión de una comedia de situación, todavía quedan elementos más serios por averiguar como las complicidades que existían dentro del templo, determinar el número de objetos robados y tipificar los posibles delitos que haya podido cometer. Al final, y como en todo, es cuestión de tiempo porque el crimen nunca es perfecto.
Via elmundo.es
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